El despertador ha sonado a las tres y cuarto de la tarde, justo cuando estaba disfrutando uno de esos sueños de los que luego no recuerdas nada, salvo que era muy agradable.
No me he levantado hasta las cuatro. Tampoco podría haberlo hecho antes, porque he dormido fatal y a pesar de haber estado unas cinco horas en la cama, aún me siento cansada.
Y para qué negarlo, me encanta haraganear un rato después de abrir los ojos, disfrutar de la tibieza de las sábanas e intentar recordar esas ensoñaciones perdidas. Siempre que puedo gandulear en la cama lo hago, aunque son contadas las ocasiones, prácticamente cuando trabajo de noche, y en mi único fin de semana libre del mes, que es el previo a la entrada nocturna.

He optado por tomar un café con dos galletitas de chocolate, por no estar en ayunas tanto tiempo . Lo último que comí, unas doce horas antes, en mitad de la noche, consistió en un ligero tentempié, porque el continuado trabajo me impidió salir a mi hora habitual a cenar, sobre la una o dos de la madrugada, cuando estoy en este turno, y en eso soy como los niños, que si pierden "su momento", luego se quedan sin apetito...

Tras una ducha rápida, la segunda del día (no puedo acostarme ni salir a la calle sin haberme dado una), me voy a por Marina al colegio.

Hace una tarde espléndida y apetece disfrutar del sol y del aire un rato.
Sentada en una terraza que hay en el parque, mientras ella juega y deambula a su aire, sin que yo la pierda de vista, intento leer las últimas hojas del libro que me tiene enganchada desde hace unos días, a la par que bebo una cerveza y degusto un canapé de rica tortilla. No es que el hambre que ahora empiezo a notar sea el culpable de que la tortilla parezca deliciosa, es que realmente lo está.

Los momentos de lectura son interrumpidos casi de forma constante por mi cachito de cielo, que va y viene en busca de hojitas y flores, porque ha prometido confeccionar, especialmente para mi, un saquito de olor similar al que le enseñaron hacer en su última visita a la granja escuela con el colegio.

La veo saltar y correr con energía, con esa alegría inmensa con la que vive cada uno de los momentos de la vida, desde que se levanta , feliz y cantando, por las mañanas hasta que se acuesta, a regañadientes, cada noche.

Parece una niña semi salvaje habitante del Orinoco, con su melena oscura siempre desvencijada, a pesar de mis vanos intentos para que vaya medianamente peinada. No me sirve de nada el empeño que pongo en hacerla coletas, porque su pelo liso y laceo parece que escupiera las gomas en una pugna constante por liberarse de las artificiales y molestas ataduras...

Pienso en la suerte que tengo y en el tesoro de felicidad que esconden todos y cada uno de los momentos de la cotidianidad.



Intento proseguir el libro, pero me es imposible.
Hace ya unas cuantas páginas que Carmen, la protagonista de una dura historia real, se encuentra en estado terminal, y su final está muy cerca.
La forma sencilla de Stan de describir sus últimos días de vida y hasta su misma muerte, le dota de una increíble capacidad de transmisión, y hace que experimente, al leerlo, un escalofrío en todo el cuerpo.
Un nudo en la garganta, un incontenible llanto... lágrimas mudas que se escapan furtivas...

Marina se acerca y nota mi momentánea tristeza.
- Mamá... ¿qué te pasa?
- Nada, mi vida, que la primavera me sienta fatal...
- ¿Es por tu alergia, mami?.
Esta niña es genial...
- Efectivamente... es la alergia, que ya sabes que a veces me hace llorar...
ay! mi cachito... ven aquí...

La abrazo con fuerza y miro de reojo las tapas color crema del libro... Siento que la vida es un regalo (*) ... y soy inmensamente feliz de poder disfrutarlo con tanta salud.
*My mamma said that your life is a gift (Lenny Kravitz)
4 Responses
  1. Juana Says:

    Disfruta de los buenos momentos y sácale el máximo partido a los malos, en todos se aprende.
    Integrando, siempre se me dio bien, pero aún le echo de menos por las mañanas, es inevitable.
    Un besito


  2. Berni Says:

    Lo que uno ha querido y ha tenido, es normal añorarlo cuando desaparece.
    Ese echar de menos es parte de la naturaleza humana, es parte del amor que hay en cada uno, y es, entre otras cosas, lo que nos hace especialmente grandes como personas.
    Un besico.


  3. Eva Says:

    Cuando me contaste que habías acabado el libro llorando como una madalena me dije: joer, eso no era lo que pretendía. Ahora lo entiendo. Cuando una no tiene hijos, se miran las cosas desde otro punto de vista más egoísta. Leyéndolo, me he quedado con la aparente frivolidad del marido, con la elección de eutanasia legal en Holanda y no con el sentimiento de la historia. Eso lo dejo para la vida real,jeje.
    Por cierto, qué palabras más bonitas te salen cuando hablas de Marina.


  4. Berni Says:

    Lloré en los momentos en que Carmen se despide de su pequeña Luna, con la certeza absoluta de que nunca más la vería y no podría disfrutar de tantas vivencias preciosas que se comparten con un hijo...
    Esto sería lo peor para mí, sin duda alguna, si me ocurriera lo que a Carmen.
    Ya sabes que yo soy una moñas empedernida... no puedo evitarlo.
    Me ha encantado el libro. Gracias.