Y de nuevo volví a sentir la vulnerabilidad que confieren LOS TEMORES cuando estos, condenados en las mazmorras del olvido, logran emanciparse de sus pesados grilletes. La llave que gira el candado raptor se encuentra pululando en paraderos desconocidos, ajenos a nuestro control.  Sin saber cuando ni cómo, alguien se hace con ella. Con un repentino click abre la temida caja de Pandora, provocando fortuitamente la desaparición de la serenidad.

Hará cosa de un par de meses, me encontraba recibiendo un curso de comunicación de noticias en situaciones críticas de la mano de dos compañeros de trabajo. El grupo de alumnos no era muy numeroso, unos veinte, dispuestos en una gran mesa en forma de U, de forma que todos podíamos vernos las caras.
En un primer ejercicio práctico, y colocados en parejas, debíamos  contarnos mutuamente  una experiencia  personal de  duelo, ocasionado por la pérdida de alguien muy querido. Debían ser expresados  los sentimientos y reacciones que aparecieron a causa de dicha pérdida. Tras esto habría un turno para que todos describiéramos brevemente ante los demás la experiencia del compañero.
Resulta  muy sorprendente el comprobar la gran variabilidad de emociones y  comportamientos tan distintos, en ocasiones chocantes,  que  la muerte puede provocar en los individuos, estando todos como estamos, hechos de la misma materia.
Los sentimientos aludidos fueron, entre otros, tristeza, enfado, impotencia, negación, ideas suicidas, vacío, alivio, miedo, incertidumbre, culpa (propia y de otros), frustración, dudas, angustia...Y los comportamientos que surgieron inmediatamente después de la pérdida, fueron de  bloqueo emocional, petición de ayuda, aislamiento, actitud de comprensión, de compartir la pena, llanto incontrolado, tranquilidad, sensaciones físicas determinadas (escalofríos)...

Desde las primeras descripciones comencé a percibir cierta tensión en el ambiente. Si bien es algo que creo que casi todos notamos, pudiera ser como una sensación absolutamente personal y subjetiva, pero la angustia en muchos rostros era más que evidente, y los ojos de no pocos se enturbiaron (los míos incluidos). Una nube de tristeza pareció envolvernos, densificándose con cada escueta narración. Los duelos por  los padres, madres, hermanos, abuelos, tíos y amigos que allí se expusieron, afligieron de nuevo a aquellos que los habían sufrido hacía tan solo  unos  meses, o muchos años atrás, pero inevitablemente afectaron al resto de los allí presentes.
Una mujer tuvo que marcharse de la sala unos minutos, pues la angustia revivida por la muerte de una muy querida  amiga  la imposibilitaba  para  continuar  el  ejercicio.

La segunda práctica acabó por minar de forma definitiva  mi  entereza personal.
Consistió en  la visualización de un vídeo con diferentes  escenas en los que se presentaban reacciones posibles ante la noticia de la muerte de un familiar. Las secuencias eran simuladas, pero basadas en casos reales. 
La primera me afectó especialmente: 
Una mujer pierde a su única hija de tres años  por un TCE (traumatismo cráneo encefálico)  en un accidente, y en ese momento le comunican el fallecimiento. La expresividad del dolor me resultó desgarradora.
No sé si fue la profesionalidad de la actriz, la tragedia en sí, con un niño de por medio (eso me "tocó" especialmente), la ansiedad arrastrada por ejercicio anterior, o la combinación de todo ello, que no pude evitar derrumbarme en un mar de lágrimas y sentir un gran desasosiego.
De repente me vinieron a cabeza infinidad de escenas muy tristes de las que he sido testigo directo durante mi vida profesional. Los rostros y nombres de los fallecidos, el enorme dolor y el llanto de las familias, la pesadumbre propia y de otros compañeros, conmocionados ante  el desconsuelo humano...


El tiempo, la experiencia,  numerosos "cursos guía" y  el  desarrollo  de  ciertas  estrategias  personales  (cada cual elige la suya), se vuelven  imprescindibles para soportar la carga de la convivencia diaria con el sufrimiento y tornarla fructífera y positiva tanto para los demás ("relación de ayuda"), como para  uno  mismo (y enfrentarse a esos temores a los que aludía  al comienzo del post).

En ocasiones, incluso, "un cambio de aires" a tiempo y a modo de desconexión transitoria, resulta tan recomendable como necesario.
Algunos podrían interpretarlo como una  escapada o huida  ante  los "fantasmas" pasados y presentes.
Yo lo veo más como un aprendizaje, una adaptación que obedece al instinto de supervivencia natural.
Una manera de "aprender a volar"...


"Soportando a solas mi juicio que se tambalea
Una atracción fatal que me sostiene rápido
¿Cómo puedo librarme de esta presión irresistible?
No puedo mantener mis ojos en el cielo que da vueltas
Mi lengua ato y retuerzo a este inadaptado trozo de tierra que soy...
Un alma tensa esta aprendiendo a volar
Su condición lo detiene pero decide intentar
No puedo mantener mis ojos en el cielo que da vueltas
Mi lengua ato y retuerzo a este inadaptado trozo de tierra que soy..."


Learning to fly. Pink Floyd




Berni.
Martes 23/8/11.















2 Responses
  1. FJavier Says:

    Muchos psicoterapeutas necesitan realizar durante su formación un proceso de maduración personal, de elaboración de sus propias pulsiones subjetivas, que representa casi siempre un duro camino de crecimiento personal que pone a prueba sus propias capacidades. Nada relativo al sufrimiento humano está carente de emotividad y querer ayudar a los demás en situaciones dramáticas es una tarea que implica la adquisición de recursos personales extraordinarios.

    Tu relato es impactante y no hace sino acrecentar si cabe la admiración que ya sentimos por ti cuantos te conocemos un poco, tanto por tus dotes creativas como por tus extraordinarias cualidades humanas.

    Enhorabuena.
    Un abrazo.


  2. Berni Says:

    La vida, la experiencia, sobre todo aquella adquirida en "lo dramático" y las ganas de superarnos y de crecer como personas son los motores que hacen que busquemos esos recursos de los que hablamos...

    Tu expresividad de afecto me llena de satisfacción, pero permíteme apuntar que "mis cualidades humanas" son las comúnes al resto de los mortales sometidos a las mismas circunstancias. No puedo imaginar una reacción diferente ante el dolor y sufrimiento ajeno, creeme estimado FJavier, nada fuera de lo habitual...